sábado, 10 de noviembre de 2012

“UN SÁBADO DESPUÉS DE LA GUERRA”

Alfonso Velis Tobar





“UN SÁBADO DESPUÉS DE LA GUERRA”

                                             
Capitulo Segundo

        

Felizmente Alfonso Garibaldi viviendo por aquellos tiempos en el Barrio “El Calvario” en Apaneca de clima muy frío, un rio de vientos. Muy cerca a un lado de la vieja alcaldía revestida de lámina, y cientos y cientos de golondrinas volando por los cielos, que hacen sus nidos para pasar volando casi todas las tardes del verano. Esa Alcaldía que ya ni existe, más que solo en la imaginación, la tengo en este momento en mi mente, y me recuerda en especial la alta torre de lámina y muy pequeño cuántas veces me subí allá arriba por las escaleras de tabla. Esos grandes galerones hacia arriba para llegar hasta las campanas y el reloj que oía por campanadas sonoras. Esa alta torre donde un reloj con números romanos marca la hora de las tres cuando son casi las seis de la tarde. ... Así oía Alfonso Garibaldi el repicar loco del tiempo de aquel reloj que el alcalde no mandaba nunca a arreglar, el alcalde era tan negligente como el reloj mismo del pueblo, dormido Alfonso  pensaba que alcalde más muela, sirviente y baja la cabeza a todos los ricos de por aquí que lo manejan como títere o pájaro bobo. Primero aquellas campanadas dándose cuenta de la hora desde el interior de su casa que se levanta muy imponente en una esquina de este barrio del Calvario. Como a una cuadra de la Iglesia Colonial, donde asiste toda la que dice ser la feligresía católica de este pueblito, bellísimo por sus parajes montañosos, por sus perennes vientos y ventarrones, que cierran de romplón puertas y ventanas, pueblito que por su frescura verde y por ser mi lugar natal, que te quiero verde que te quiero verde de bosques, colinas y pinares que aunque no son de la gente pobre, si no de los patriarcas del dinero originarios de por aqui. Estos montes revisten de frescura los tiempos de octubre loco para elevar barriletes desde este patio, mi hermosa tierra de clima saludable, acogedor rio de vientos, de los que jamás nos olvidamos y es de lo que el viento se lleva y demás pesares en la vida... 

             En una casa de calicanto, es decir de anchas y resistentes paredes de adobe, piedra, bien repelladas, encaladas color blanco, que con el tiempo parecían grises por el humo de las casas vecinas. En esta casa abundaban las ventanas, las anchas puertas y dos balcones altos que daban a la calle principal del barrio, con persianas de cedro muy eternas, bañadas de un barniz café oscuro, diseñadas por don Miguel Ángel Gallegos, que vive en vista opuesta a su casa.  No era una vivienda muy lujosa que se diga, pero tenía buena apariencia con su presencia, sola, ella, en una esquina, se levantaba muy imponente, cuando aún no habían cerrado la calle para construir la escuelita General “Francisco Menéndez”, ni el kindergarten Nacional; era una gran casona, común y sencilla,  porque en nada se parecía tampoco a las casas de los ricos locales; pero tampoco era como las tristes viviendas de las familias medianamente pobres que vivían en las casitas más chiquitas, lamentablemente los más pobres que no tenían viviendas, vivían en los alrededores y tenían que pagar alquiler en los cuartitos de los enormes mesones de la niña Clarita Rivas y de su querida tía Chabela Castaneda y de Don Quile Viafuerte y la niña Chefita Vallejos, caseríos desperdigados a los alrededores de aquella alta casona de tejas, que se levanta en una esquina del barrio el  Calvario. Para entonces no habían cometido la descabellada, la canallada  idea de cerrar la calle, la cual era muy transitable por el  público, cuando un alcalde para colmo del Partido Oficial con y sin el consentimiento de la gente y acuerdos con don Toño Velis, dispuso cerrar esa calle que daba acceso en dos zancadas  al parquecito, a la Iglesia y a la plaza pública. Además destruyeron la vieja Alcaldía de lámina para construirla tras la cúpula de la Iglesia, de la calle central, con la toma de la calle serviría para construir  los dos mayores centros educativos. Por tanto la Alcaldía nueva que mando a construir el gobierno, la movieron más al centro de la calle pues antes el parque la adornaba, al cerrar la calle importo poco dejar a escondidas aquella hermosa casona de la conocida familia de los Velistobar. Casona que le robaron no solamente su apariencia hermosa, su imponente vista de esquina, sino que robaron también parte de su predio con el consentimiento tonto de Don Toño, quien a veces de tan buena gente que era que se pasaba de muy bueno con su carismática actitud para que donara hasta su corazón a las campanas. Desde entonces aquella esquina que antes se mantenía llena de niños perdió su encanto, su magia, con la ausencia de las rondas y de aquella algarabía fragante de niños y jóvenes locos, sus hermanos y su camada de amigos del barrio, el Negro Oscar Villafuerte, mi primo Ismael, Raúl Melgar, Valentín Guerra, Mario Calderón, Orlando Menjivar, con quien siempre andaba Alfonso dándose verga, siempre que venía de San Salvador a su pueblo, a pesar de que sus mamas habían sido grandes amigas de confianza en su juventud en la escuelita del pueblo, en tiempos que dicen que eran profesoras las Niñas Posada, la niña Evita y la niña Otilia. ¡Que tardes y noches  enteras gozaban todos muy alegres! los habidos  juegos más picarescos de  la calle entre todos los de la camada de su barrio al más pícaro y jodido.

        La casa ocupa un amplio terreno, un cuarto de manzana. Un patio inmenso muy lleno de vegetación, con árboles de naranjos dulces y agrias, tres árboles de duraznos melocotón, un árbol de clavo, de aguacate, casi al centro del patio un enorme árbol de amono,  allá al fondo en una empinadita el excusado de fosa para los grandes y otros dos pequeñitos para los niños; a un lado de aquel inmenso jardín, se levanta una hermosa pila como de metro y medio de profundidad, larga y ancha como pequeña piscina, con dos enormes lavaderos y un baño de madera con regadera, frente al inmenso Jardín distribuido en arriates en forma de estrellas, con gran variedad de flores que adornan el ambiente de todos colores y fragantes, abundaban matas de florifundias, todas plantadas por mamá quien tenía buena mano, altas matas de Izote que florecían. Una mata de Salvia Santa para te de las noches, matas de espinacas, moras, verdolagas, una sombreada mata de güisquiles espinudos, pero muy sabrosos para comer. Así como a un lado un pequeño gallinero con gallos, patos, gallinas ponedoras y muchos patitos y pollitos pillando y pillando. Alfonso Garibaldi recuerda que cuando no habían construido el pequeño gallinero, las quince o veinte gallinas que diariamente picoteaban por el patio y las que corrían al encuentro del cacareo que imitara su mamá con su delantal lleno de maíz tirándoselos a las palomas, gallinas, pollos, patos y un “Pishishe”, que don Otoniel, ese gran contador de cuentos y geniales bromas lo trajo de la Laguna Verde. Estas gallinas que picotean en el patio, se iban a dormir al árbol de anono todos los días como a las seis de la tarde. Después su mamá y su papá decidieron comprar otras cuarenta gallinas con sus gallos mañaneros, se las compraron a la niña Angelina, a la que dicen que le gusta echarse  sus pachitas de guaro muy seguido. Así cuenta su hermano don Luis. Así cuenta su sobrina la Emmita también. Fue cuando don Toño puso a Beto Zetino, con ayuda de su tío  Nancho Tobar,  quien era buen carpintero, Nanchito, hijo, que vive al lado de la casa. Entonces don Toño los contrató, junto con Andrés Mata, otro tío de la familia,  para construir el gallinero a lo largo del tapial de adobe que da a la calle que pasa frente a la casa y que ocupa la cuarta parte del patio junto a la enorme mata de güisquil que sembró su  abuelito don Manuel y que da al jardín en forma de estrellas. Hay una parte también del patio casi en una esquina que da a la calle en lindero con la niña Clarita Rivas. De modo que hacia aquel gallinerito corría Alfonso Garibaldi todos los días, bien voluntariamente o mandado por sus papas, a recoger algunos huevos en un canastito de junco. Para que luego después éstos fueran preparados bien fritos, estrellados, picados con chorizo a la “ranchera” con salsa de tomate, ajo y cebolla picada revueltos en orégano, salsa Perry, con Tabasco, acompañados por aquellos frijolitos tan colochitos de refritos, desayunos que con plátanos fritos, huevos picados con chorizo, con queso crema de la niña Delia, aquella graciosa vendedora que bajaba desde Nahüizalco cada semana, suculentos desayunos que sabían exquisitos desde las maestras manos de mamá y de  la tía Mary, acompañados con tortillas calientes, recién saliditas del comal, que abundaban de rimeros sobre el poyetón, mientras el café sigue borbollando bien caliente, leche espumeante que viene tumbándose, el chocolate hirviendo que la tía trine nos trae, suculentos desayunos que sabían exquisitos desde las maestras manos de mama, acompañados con tortillas bien calientes que brotaban desde las manos de la tía Mary, quien torteando y palmoteando moldeaba la masa en hermosas tortillas que parecían  lunas encendidas, redondas doradas en el comal.  Alfonso Garibaldi, desde que nació tenía en su casa  esa nana tan querida, que más o menos llegaba a los cincuenta, la famosa a quien Garibaldi le llamaba muy cariñosamente y todos sus hermanos y hermanos la “tía Mary”. Ella era, quien bailaba sus caderas cuando amasaba sobre la piedra de moler,  para echar aquellas redondeadas tortillas dentro de un inmenso comal de barro, al mismo tiempo cantando sus himnos y alabados a Dios cada mañana, pues era muy evangélica, decía que no podía vivir sin alabar a Dios y a Jesucristo bendito cada  día,  como siempre entre las comidas le oíamos cantar, cuando con que amor las preparaba para el paladar de todos los de la casa.

      En fin no se podía dejar de hablar de esta casona con su inmenso patio y del cual a través de recorrerlo de punta a punta, si querías ir al instante al parquecito, a la escuela, a la plaza del mercadito, a la alcaldía vieja, a la iglesia, al convento, al telégrafo, inmediatamente solo te atravesabas un portoncito de gradas de madera  y con una sola zancada estabas allí mismo en dichos lugares, más bien dicho en el mero parque, abarcando con una sola mirada todo aquel panorama del pueblo, que se mece entre los vientos, rodeado de altas colinas y viendo aquel Cerrito Texizalt hasta la misma “Z” dibujada por el trajinar de sus visitantes para llegar hasta la cima para tocar  la  enorme cruz en su punta.

       En fin era una hermosa casona muy amplia en su interior, muy ventilada todo el tiempo, dos salas enormes con tragaluces de colores, rozado, rojo, azul y celeste que pendían sobre las puertas y ventanas de las dos enormes salas, separadas por un hermoso arco de madera, con espaldares de ladrillos vistosos de todos los colores, hermosas bases del arco donde hasta nos sentábamos y saltábamos. Dormitorios donde todos dormían separados por canceles de madera, un amplio corredor que daba al comedor a través de otro pequeño arco muy vistoso de cemento de colores encendidos al estilo de Vangoh, una cocina larga de plancha de hierro, de donde salía del horno una chimenea. También si extendías la mirada desde adentro de la casa, allá muy  al fondo de la cocina al lado de otra ventana, mirabas un enorme lavadero de trastos y a un lado del mismo estaban incrustadas las finas piedras de moler donde las muchachas solían bailar sus caderas moliendo rítmicamente toda clase de especies para condimentar las comidas y confeccionar aquellas doradas quesadillas, pupusas de queso con loroco o chicharrón, Chiles rellenos, embutidos de mama, el dulce de camote, el chilate por las tardes, las torrejas de Semana Santa, el café caliente de las tres de la tarde con tamalitos de elote y todo ese sabor para el claror y el paladar de las tardes. Sin olvidar el cereal del arroz con leche todas las mañanas antes de irse a la escuela. En fin aquella hermosa casa que terminamos un DIA dejándole abandonada, sola, muriéndose del olvido,  pero siempre sigue bien ventilada, confortable y mágica para sus sueños bastante acabados en el recuerdo.
                                                      



viernes, 9 de noviembre de 2012

LA RARA BIBLIOTECA DE PAPÁ

Alfonso Velis Tobar





LA RARA BIBLIOTECA DE PAPÁ




(Alfonso Velis Tobar)


        


La Biblioteca de don Toño no estaba al alcance de las manos de los niños que iban y venían en aquella casona de amplia sala, corredores con marcos de caoba, puertas con azulejos de colores. Usualmente la tenía en un lugar muy alto, pero había un estante de mucha variedad de libros. Algunos de ellos parecía que no los habían tocado de años, tenían mucho polvo, otros envueltos en plástico o periódicos. Aunque sus favoritos libros en el dormitorio, comenzando con la Santa Biblia que la tenía en la cabecera de su cama y debajo de su almohada. Libros colocados en una especie de alacena, la que había mandado a construir con el carpintero vecino del barrio don Miguel Gallegos.  Don Toño muy amante de las buenas lecturas, de filosofía, literatura, libros de profesiones, oficios de mayordomos y capataces de los ricos mayores.  Poseía libros, por lo menos raros en ese momento para Alfonso Garibaldi y sus hermanos que a temprana edad, de seis años, parecían muy extraños, misteriosos por las mismas historias que contaban y que se guardaban. Había de todos los temas, desde libros de leyes, de matemáticas, que también eran su predilección, hasta los más sofisticados libros de literatura de retorica y lingüística, fueran leído por don Tono, un autodidacta,  que no saco pero ni el sexto grado, porque su padre alcolico don manuel,  dijo que era hora de ayudar a la familia y lo puso a aprender oficios. Desde aprendis de Carpintero hasta de albañilería y el mismo construyo esta casona, que compro con el dinero que gano como peon de los gringos,  en las esclusas  del canal de  Panama. Asi era un “Handy man”, eso que saben hacer de todo;pero tenia la caracterisitica de ser un gran  lector de muchos Almanaques y revistas que le llegaban por correo como, la Revista Life and Read Diges. Libros sobre viajes, de aventuras, enciclopedias, de ciencia, de esoterismo, de astrología, de oratoria, de religión, de administración de empresas, de contabilidad, libros para aprender oficios como: el buen oficinista, el arte culinario, el buen constructor de casas. “el arte de labrar la madera”. A don Toño, le encantaba la geografía, tenía varios Atlas del mundo. Libros que Alfonso Garibaldi,  sus hermanos, tuvieron la facultad de esculcarlos, hojearlos con admiración y encantos, con libertad desde los primeros años de infancia, aunque Alfonso Garibaldi todavía no sabía leer,  pero los hojeaba con mucho agrado, especialmente aquellas ilustraciones con los bellos y grotescos grabados de Dore que le fascinaban a Alfonso Garibaldi, quien estaba ancioso de leerlos un dia, uno por uno, que pronto sera mañana.

         Una de las tantas mañanas en que su papá, ya se había ido a su trabajo de la Alcaldía, donde trabajaba como Tesorero Municipal para llevar las cuentas de los impuestos de la comunidad, de los registros de cedulas de identidad personal y vialidades, impuestos del gobierno; de casualidad su mamá no se encontraba en casa, pues posiblemente andaba de visita en alguna de sus vecinas de enfrente, la chus sanatana, o donde sus tías Trine, Juanita o Zoilita. Alfonso Garibaldi, encontrándose solo, ya que sus hermanos mayores Toñito anda oyendo doctrina donde el cura Cea en el convento y Fide anda jugando con la Chave y la Bessy  y la Xenia Quiteño, siempre están  jugando Yax con una pelotita o no se sabe si andan  por la escuelita Francisco Menéndez. Entonces Alfonso Garibaldi aprovechando que nadie estaba en casa, arrastró como pudo una mesa, tomó un banquito de madera, lo colocó sobre la mesa y subiendo sobre él, se puso a esculcar con mucha curiosidad uno por uno los polvosos libros en lo alto del estante sobre la puerta principal del dormitorio. Entonces Alfonso Garibaldi, pudo ver más de cuatrocientos libros mal distribuidos; unos debidamente empastados y desvencijados otros, entre grandes y pequeños. Así al encontrarse aquel escondido tesoro de fantásticas  ficciones y fantasías escondidas, con cierto encantamiento Alfonso Garibaldi , empezó a hojear a toda prisa, uno por uno aquellos libros, temeroso de ser sorprendido por su padre o su madre, pues fácilmente podía desbarrancarse de aquella mesa en la cual había sobrepuesto otro banquito para pararse con todo cuidado con el afán de alcanzarlos y verlos muy tranquilamente con gozo y aprendiendo con el cuidado de no caerse. Porque tampoco era un cipote pendejo era muy vivo.  En eso estaba cuando  lo sorprendió de repente, con las manos en la masa, como decimos,  Beto Zetino, el “Patarisca”, considerado de la familia, diciéndole, qué hacía encaramado sobre la mesa. Alfonso Garibaldi se asustó, ante su repentina presencia, pidiéndole que le ayudara a bajarse de aquella mesa, que no hacía ninguna travesura, que solo estaba tratando de alcanzar algunos libros para verlos, pues le gustaba mucho ver los grabados y los dibujos a colores de algunos de ellos, los grandes pintores y artistas y sobre todo las historias ilustradas de dibujos que tenían, las muchas historietas de santos y héroes de la historia y entre las tiras comicas se encontraban las perchas archivadas del pato donald y sus amigos.

           __ Cuidado con romperlos o maltratarlos - le recalcó Beto, el Patarisca – porque si el compadre Toño se da cuenta, se va enojar conmigo, pues bien sabe que Ud. todavía no sabe leer y quizás ni los entienda a su edad. Desde hace unos días que con mucha terquedad Alfonso Garibaldi venia jodiendo al Patarisca que le alcanzara los libros para verlos y quien de vez en cuando tomaba el libro de Mantilla y le enseñaba el abecedario y los números.

                   __Se los bajare, pero eso si cuídelos – dijo Beto Zetino sonriente.

                __ Si Beto, bájelos, le prometo que los voy a tratar bien, no tenga pena. Yo solo quiero ver los dibujos que tienen y las historias que cuentan.

          Luego minutos después Alfonso Garibaldi, le pidió de favor a Beto Zetino su amigo de confianza, quien subido sobre la mesa iba dándole uno por uno aquellos libros para ver de que trataban, quien por su misma curiosidad, también daba una rápida mirada a cada uno de ellos, leyéndolos, por lo menos sus títulos, mientras Alfonso Garibaldi iba colocándolos en el piso de ladrillos rojos iba haciendo un rimero inmenso, una percha de ellos, como si fuera un edicio de libros parados y balanceandose.  Pero ¿qué libro es ese  que esta  junto a ese otro de pasta descolorida ? – dijo Alfonso Garibaldi bastante ansioso de tenerlo en sus manos.

      –Cuentos de Barro de Salvador Salazar Arrué    -- dijo Beto Zetino-, bastante he oído hablar de este señor Salarrue al profesor de la escuela don Jorgito Velis y dice quien no haya leído  junto a sus otros “Cuentos de Cipotes”, “Cuentos de Barro”, “Oyarkandal” o Trenes y mejor dicho Cuentos de Barro,  puede hacer de caso que no ha leído cuentos tan sabrosos como estos cuentos de ingenuidad infantil, de inocentes maneras las gentes sencillas del pueblo son tratados por salarrue, , cuentos  hechos de puro barro de nuestra  tierra donde hemos nacido y amadosin ese aire que respiramos y la familia que amamos.
­­
     __ Por ahora solo estos nada más, dijo cariñosamente el Patarisca.

         _­­­­­_ Está bien, --- contesto Alfonso Garibaldi --, por ahora ayúdeme a llevarlos al estante del corredor para tenerlos a la mano.

Alfonso Garibaldi se refería a aquella hermosa colección de libros de lujo de la Editorial “Uteha” de fino empastado
 en color verde con letras muy grandes, que presentaban muchas ilustraciones que llamaban nuestra atención y encendían su imaginación a tan temprana edad. Eran seis lujosos libros. Y el primero que Beto Zetino le dio por ver en sus manos fue el de la “Divina Comedia” de Dante Alighieri que lo pasó desapercibido, luego vino El Paraíso Perdido de John Milton, después vinieron otros dos tomos de “Don Quijote de la Mancha” y dijo aquel instruido campesino:

      __ Este parece ser un buen libro porque muchas veces he oído hablar a su papá don Toño de este tal caballero Don Quijote y del que también le he oído decir a su papá de todas las aventuras de este señor lo bastante chiflado y Sancho el gordito que lo sigue en un burrito. Que es bien comelon y se comeria hasta un lechon. Parece ser que es un libro muy antiguo y famoso por lo mejor de todos los libros de España escrito por este señor don Miguel de Cervantes Saavedra en 1505 a quien todo mundo conoce.

  -- Páselo por favor, porque me gustan las ilustraciones, quiero verlo un ratito-- dijo Alfonso Garibaldi alargando en alto sus manos para tomarlo. Vio la esgrimía figura tísica de don Quijote montado en su Rocinante seco y achacoso, seguido por el gordito salchichón de Sancho Panza en su burrito. Mientras en la pagina veía que Don Quijote le cantaba y le dedicaba las más dulces y sensuales palabras a Dulcinea, su querer y a quien dedica todas sus aventuras y batallas en bien de la humanidad, bajo aquellos trazos finos con humor de Augusto Dore.   

     _­­­_ Quiere pasarme ese otro que está a la par de ese de pasta azul. —dijo de nuevo Alfonso Garibaldi.

_ Quiero ver ...este otro...  –dijo Beto recalcando—Poemas de Rubén Darío, dicen que este poeta era muy genial  pero que murió de tanto chupar pero que bajo el alcohol hacía unos poemas que a cualquiera hacían llorar o reir y aunque estuviera en gran papalina. Y dicen que todo engolado hasta se miaba de las grandes verguetas que se ponía entre diplomáticos y fiestas de poetas. Pero vdicen que es uno de los poetas mas vergones de america. Asi hablaba veto patarisca; y seguía diciendo de Ruben Dario, pero sus poemas son muy hermosos. Dicen que Ruben Dario paso una vez en un carruaje aquí por Apaneca camino a Sonsonate. Y se saludaron con el alcalde y su abuelito don Venancio Tobar. Otro dia me cuenta eso le dijo Alfonso Garibaldy y paseme otro libro.

 Luego Beto Patarisca leyó otro  titulo,  Los “Cuentos de las Mil y una Noche”, parece ser un libro de varias historias orientales de fantasías, mágicas aventuras, de lámparas maravillosas y de alfombras que vuelan.  Y lámparas que al frotarlas te concede el duendo tus deseos y con condiciones. Y otro “Poesías Completas de Fray Luis de León”.  Y siguió leyendo otro y otro y otros siguieron saliendo títulos y mas títulos como “Curso de lingüística general”  de Alfredo Soucer. “Iris”, “El lirio Negro”, de Vargas Vila. “Quo Vadis” de Sienquievich. “Las Geórgicas” de Virgilio. “Los doce Cesares” de Suetonio. “Vida de los animales y la Poética” de Aristóteles.  Beto Zetino siguió leyendo en voz alta,  “Veinte mil leguas de Viaje submarino”, “Viaje a la Luna” de Julio Verne. “Jícaras Tristes” de Alfredo Espino. “La llamada de la selva”,  Colmillo Blanco, “El lobo del mar” de Jack London. “El arte de amar” de Ovidio, Elogio de la locura de Erasmo de Róterdam, “Corazón” de Edmundo de Amicis, La isla del Tesoro de Robert Louis Stevenson, El Contrato Social de Rousseau, María de Jorge Isaac, El Príncipe de Maquiavelo,  libros de “Algebra” de Baldor. De “Aritmética” y de geometría. Historias de Jesucristo con hermosas ilustraciones de sus escenas y alumbrando su corazón. “El Recurso del Método” de René Descartes, ese que le dio un golpe certero a la sin razón pero con la razón de la realidad.  Por quién doblan las campanas” de Hemingway, Leyendas Nacionales del profesor  Saúl Flores,  Robín Hood, poesías de Gabriela Mistral y “Tierra de infancia” de Claudia Lars. La guirnaldsa salvadoreña de Roman Mayorga Rivas, de los primeros canarios liricos del país. Sooter o tierra de preseas de francisco gavidia, El Mártir del Gólgota. Secuestro y capucha de Cayetano Carpio, El libro de los Rosacruces. También habían historietas de Superman, Marvila, los Titanes Planetarios, los Cuatro Fantásticos, Archie, la Pequeña Lulú. Tarzan de los monos, de Edgar Rice Burrows, Vidas de Santos, San Francisco de Asís, de San Pedro y San Pablo y Santiago. Y hasta el Pato Donald. Alfonso Garibaldi recuerda a sus primos el “Chele” Hugo Mata, Toñito su hermano mayor,   “Maquiavelo” Matamoros y el primo Luis tobar, el canecho, quienes solían llegar a hojearlos y sentarse a leer bajo el marco de la sala de aquella alta casona y eran tiempos en que llegaba la primas Alicia, a verse con el novio, Alicia ha sido reina de las fiestas agostinas es muy bonita con carita de muneca . Olvida eso. etc., etc.

        _  Ya no siga leyendo que me va a confundir con tantos títulos – dijo Alfonso Garibaldi lo bastante impaciente hablándole como con cierto enojos-   pues baje pronto ese de “ Las  Mil y una noche”, que me muero de las ganas de verlo o bien quisiera que me leyera después  uno de esos cuentos. Entonces Beto Patarisca muy entusiasmado hojeándolo rápidamente leyo “Aladino y la lámpara maravillosa”, “Alibaba y los cuarenta ladrones”. O mejor léame el poema de “Los ojos de los bueyes” del poeta Alfredo Espino, ese me gusta, no sé por qué? - Dijo Alfonso Garibaldi lo bastante impaciente y muy agitado y se quedo pensando: ¡Los he visto tan tristes,  que me cuesta pensar/como siendo tan tristes, nunca puedan llorar!... y Alfonso Garibaldi como imspirado se le olvidan los versos y como siguen. Ah asi ¡Siempre tristes y vagos los ojos de esos reyes/ que ahora  son esclavos! Yo no puedo pensar/ como, siendo tan tristes, nunca puedan llorar/ los ojos de los bueyes… se quedaba como recitando y haciendo senas, aclamado aquellos  ojos del sufrimiento y el dolor silencioso diría yo de subir la cuesta, de aguantar la puya desalmada del carnicero. –“!Que no se le vaya la piscucha Alfonsito que le puede caer en la frente uno de los libros!, dijo Beto Patarisca,  y mientras tanto  Alfonso Garibaldi  los cachaba con agilidad del zorro y guardameta pero siempre como sonando el momento.

_ Ah ya sé – dijo como pensativo Alfonso Garibaldi- recuerdo que papá nos ha contado a Toñito, a la Fide, a la Ethel y Miguelito, porque mis otros hermanos, la Margarita y Víctor Manuel todavía no habían nacido. Papa ha contado con toda gracia y donaire alguno de esos cuentos en la mesa del comedor, creo que ese de “Alibaba”, ladrón que guardaba un tesoro de joyas en una enorme cueva, refugio de los cuarenta ladrones y gritaba “Ábrete Sésamo” y entonces la enorme piedra de una cueva se abria, donde guardaban sus tesoros. Son cuentos muy bonitos, y llenos de astucia,  léame ya, usted, uno por favor. Leame ese de la Alfombra mágica. Si no le diré al tío Rafa  que me lo lea por la tarde cuando venga de trabajar. También me gusta ese de Robín Hood, quien les robaba a los ricos para dárselo a los pobres, por eso lo perseguía el rey para procesarlo y mandarlo hasta ahorcar. Se quedo hablando solo Alfonso con el libro entre sus manos. O el libro donde habla de Espartacus, luchador por los pobres de su tierra ante el poder de los romanos, que hacían  lo que querían con el poder de la corona.

          _ Bien antes de irme al trabajo le voy a leer una de estas historias, después cuando venga Rafailito en un rato de lugar puede leerle otro, si es que no viene a chenca y como solo así quiere vivir cuando agarra la zumba quien lo para. Pero por estos días ha dejado de tomar pues está trabajando en la Fany de los Salaverria. Dijo Beto “Patarisca”, tomando el libro lleno de ilustraciones, luego se bajo de la mesa donde estaba encaramado. Minutos después ambos acomodados en la mecedora de junco en la enorme sala de arco Beto Zetino leía para aquel niño sediento de las historias, el cuento de  “Simbad el marino”. Poco después se quedo hasta dormido, oyendo aquellas fantásticas aventuras de aquel héroe legendario que se lanzó a proa a los siete  mares en busca de países exóticos y extraños, encontrando pingues tesoros, joyas preciosas y luchando contra enormes animales.  Quedándole mayor curiosidad para cuando ya supiera leer bien y seguir en otro tiempo con Toñito, su hermano mayor,  quien era el más allegado a la lectura,  a grado que llegaría un dia a ser periodista,  para seguir esculcando aquel tesoro de libros, de  los  que ya había agotado gozando solo los ilustrados con fotos, grabados  dibujos que más le gustaban, de colores; así como los paquines, sin dejar de ver las historietas cómicas de los periódicos del Diario de hoy o las revistas. Del pato Donald, de Mandrake  el mago,  Trucutu, La mujer maravilla, Aunque Ud. no lo crea de Ripley y ver como charles atlas jalaba con su fuerza un carro y el vagon de un tren como símbolo del imperio, con el tiempo muy adolescente tomo el curso de charles atlas de tensión dinámica..   

       Pues ya Alfonso Garibaldi mas después cuando tuvo conocimiento de las letras, recuerda que sus lecturas eran   variadas y un tanto desordenadas, no había alguien que lo  guiara, más que solo su papá que lo inducía a la lectura, pero lo que más le atraían eran los libros de poesía, leer poetas y poetas y gustaba de las historias  con ilustraciones y  oír los poemas que su mamá  Margarita leía y declamaba para él y sus hermanos, pues le enseñó a recitar a Margarita mi hermana menor por las noches, a mi me los declamaba al oído. Todo pasaba como corriendo en el tiempo en la vida de aquella casa y sus vecinos, poesía por las noches en labios de su mama margarita,  los  juegos en la calle y las picardias de los niños soñando la vida o haciendo de la vida un sueño...Y con gran regocijo Alfonso Garibaldi imaginaba a su mama yéndose, recitando por toda la sala: ¡En este laberinto de la vida donde tanto domina la maldad! AVT.29/05/012.



jueves, 8 de noviembre de 2012

“DE LAS PEQUEÑAS HOGUERAS A LOS GRANDES

Alfonso Velis Tobar





“DE  LAS PEQUEÑAS HOGUERAS A  LOS

GRANDES

FUEGOS INCENDIARIOS”

Poesía de Alejandro Masis




Por Alfonso Velis Tobar
Carleton University  MA.
         
       


Estas son reflexiones de lo que una lectura poética, en su análisis expresivo nos produce, su manera de abordar la realidad, de manifestar  lo inverosímil del tiempo, los golpes y asombros de la vida misma. Para mí la poesía es vida, sueño indispensable del alma. En su reflejo cotidiano de nuestro tiempo, la poesía es el sentir espiritual, la realidad social, junto al sabor de las amarguras o las esperanzas humanas. Lo digo a propósito, de este libro “Las Pequeñas Hogueras” de Alejandro Masis, es el  oficio de la palabra, poeta urbano, demiurgo, contemplativo de la realidad. Poesía que brota, se rehace y renace dentro de la eterna y sagrada locura del poeta, que desde esas pequeñas hogueras se viene ardiendo a grandes fuegos incendiarios, en un país de historias prohibidas, que nos llevan del diario terror, de los ámbitos de la locura misma, hasta los desencantos mismos de la esperanza;  desde los hechos más sentidos, de la imaginación y del miedo. Aquí predomina una poesía exteriorista, el paisaje físico urbano, como espejo roto, la realidad resquebrajada, lo grotesco, el llanto social. Mi país solo es historias de sufrimientos y tristezas. Oigamos al poeta que errante deambula por sitios y avenidas, que recuerdan a un San Salvador, callado, quieto y con lagrimas que gotean sangre con la historia. Que ha padecido violentos terremotos, dejado a escombros y se ha levantado de los suelos, inundado por los inviernos sociales y del hambre. Es el caminar de un quijote en medio de esta jungla infernal. El poeta hace una metáfora, de cada circunstancia de la vida, y cuenta algo. Viene la imagen de amigos y poetas que dejamos de ver distanciados por el tiempo. Que nos han dejado una huella de solidaridad por la vida, por las utopías del sueño. Y ahí está “Camilo, sudoroso, tangible, copado por la gente/ rodeado de muchachos y muchachas/ con quienes celebra y colorea el espíritu de la vida. / de momento se distrae viendo los automotores que inundan la calle. Pero luego retoma el lápiz/y continua con el apunte de los ramajes/ que desbordan el arriate/ frente al mercado cuartel.” (p.36)  (…) “En mi habitación solo tengo/Un cuadro del pintor Efraín Vásquez/ Que él me obsequio un día / en que lo patio un duende de la magnanimidad”. (p.64)
        En todo caso la poesía tiene magia,  la imagen de una realidad, engañosa, sofisticada,  el falso progreso que empaña los ojos, de colores las pesadillas, la alienación, la enajenación, la publicidad,  rótulos en ingles, nos están destruyendo nuestra identidad, deformando nuestro lenguaje ( y la Academia salvadoreña de la Lengua que hace), es insoportable este grado de norteamericanización que estamos padeciendo, sociedad neo colonizada, dolarizada por una economía dependiente del imperio, patria vendida por los amos del poder.  Aquí todo mundo trata de abrirse campo, de querer salvarse de este fuego incendiario que nos quema,  saturado por el consumismo, el pragmatismo, el poder económico, el periodismo amarillista,  la explotación, la miseria arañando la mirada, ante el teatro de la vida en que nos duermen los políticos de turno y sin sus épicas glorias alcanzadas, que pregonan el dogmatismo con la ideologización misma o la burocracia; una desintegración social en que vivimos, de caóticos colapsos económicos: ¿”En que siglo permitiste / que te involucraran en la farsa / y te usaran como ábrete – sésamo de la impunidad? / En tu nombre también / se hizo salir el sol al revés / y la mentira paso a ser dama de honor / que nos sentaron a la mesa / Los explotadores, los estafadores con su protocolo barato / continúan invocándote como a una diva / Te usan contra el mayor cinismo / Profanan, como si nada, la cuna del milagro/ La poesía debe agradecerte/ la claridad que nos das, y que nos sirve/ para reivindicar la esperanza en una frase/ Pero en la piel conservamos/ las cicatrices del herraje/ y las huellas de los guijarros/ como evidencia contra la lucha del anatema.”
.         Poesía de aires “folklóricos”, pues vienen a memoria, personajes populares, donde se rescatan los apodos como: “Teyo”, “Mandrake”, “Chocoyo”, la “Descarnada”, el “Medico brujo”, el “Anima sola”, “Poco pelo”. El poeta hace memoria de sitios nocturnos, antros del vicio, del sexo, cafés donde se reúne el populacho: la “Conga” de la Pepa Ortiz, el “Boat and bock”, el “Bar de las Nalgonas”, los “Frijolitos Carlota”, el original “Café Margot”, “El Bella Nápoles” donde se reúnen los poetas y pintores y periodistas o vendedores ambulantes y otros como la “Praviana”, El “Faro”. Así como los lumpen que vagan por barrios, avenidas, locatarias de los mercados, los voceadores del periódico, los mecapaleros de las plazas. El poeta describe hasta la vendedora de frutas que deambula chillándole las tripas del hambre chorreando sudor a mares por la ciudad. Poetas, amigos que deambulan por San Esteban, El Calvario, Callejón el Zurita y el parque Gerardo los Barrios. “Allí donde vivía Toruño/ Como quien va para el Zurita/ A cuadra y media de la zapatería de Chentino / Entre el pasaje Vasconcelos y la Pensión las Margaritas/ Donde muere la segunda calle/ a mano izquierda/está la cantina que regenteaba la mama Lola”. La mama Lola venia de un mundo esquilmado por la codicia/ansiaba una vida que no existe/y que no vería ni con el violento sueño/ De erigir una nación nueva”. (p.71) Es el pueblo mismo quien reza su grito por la vida y el ánimo de vivirla en  su retrato. Hasta lo erótico del amor que siente el poeta se evoca: “Eres la amante clandestina / o nodriza que durante los desvelos / nos entrega su emancipador pezón / Nos seduces y esclavizas / Nos empujas a la agonía y al delirio / Y  finalmente nos redimes con tu cósmico telar” (p.20)  En algunos de sus poemas, percibe la esquizofrenia, la angustia, la zozobra y la tensión rondando, anda la desnudez, la mendicidad basallando, el crimen organizado, esperando en una esquina, las maras acechando con la muerte tenebrosa. Mañana las noticias sensacionales y es tu país el más violento en record criminales del mundo. Es la necesidad del poeta de expresarse, con esa fuerza vital muy difícil de explicar en el proceso creativo de la poesía en su visión de mundo que evoca. Una calle donde el abuelo supo aserrar con su ingenio, el árbol de la vida. “Aquí donde esta calle asfaltada se prolonga fue mi casa. / Aquí  estuvo el abuelo aserrando el conacaste/ y sin darse tregua labrando la cornisa de caoba y la alacena de cedro”. (P.13)
          Por ejemplo duele ese deambular de la poetisa Lilian Serpas, por calles, plazas del centro de San Salvador, el estado aquí no protege a sus poetas ni artistas, en el pasado los ha perseguido, exilado, encarcelado, los ha matado con sus maquinas represivas,  los ha secuestrado, desaparecido y ni  los pensiona, como hacen en los países verdaderamente civilizados;  poeta quien vivía su locura, sus cigarros en la mano, sus uñas largas, amarillas como de bruja, por la nicotina, hablando sola, sentándose a escribir en un banco del Parque Bolívar, sus lucidos poemas metafísicos, pues ella había perdido la razón o la tenia mas lucida que nosotros: “Cuando yo diga Lilian / me estaré refiriendo a ti Lilian Serpas, / insigne hacedora de versos de mi país / que soportaste el más absurdo dolor/ y la más injustificada tortura / por la esquizofrenia / a que te redujo la gran alegoría de la vida. (…) vagando por San Salvador / y de nuevo verte aparecer cada tarde  / por la esquina noroeste del Mercado Cuartel con tu angustia por delante y la muerte en tu costado como sello”.  Textos que traen al recuerdo los peligrosos días enemigos, los días de infancia, sus fantasías, el nido del hogar, donde dejamos la nostalgia y esa alegría inocente de la vida, donde el padre y la madre, supieron también soñar largamente: “mi padre y mi madre debieron haber soñado largamente / mientras sus miradas se unían bajo las maquilishuat/ Se aferrarían entonces a la senda irrealizable / recogida de una novela famosa o de la música/ De seguro lo afecto alguna circunstancia de la época/ y para no agobiarse pensarían en mi presencia/ como en una pincelada dulce sobre las penurias del solar” ( …) Ellos se habrán amado así / Pero no les resulto más que un aprendiz de  nada / que del solar solo tiene recuerdos / y que apenas sabe escribir historias como ésta”. (p.15)
        En cada uno de  sus catorce textos, hay objetividad cuando habla. Poemas de un fuero conversacional, elucubraciones en monólogos interiores, de una conciencia social, grito individual ante el clamor de las tragedias. Poemas anecdóticos, circunstanciales, costumbristas, ocasionales. Masis sabe rescatar hasta las comidas populares, pero más no por ello de ser folklóricos,  dos de sus textos dejan sensación “testimonial” de una época violenta de nuestra historia, de personas que cayeron, fueron secuestradas, que defendían sus derechos justos en una sociedad insegura, de amenazas, envidias de lucha entre clases sociales a muerte, al acecho de los escuadrones del mal, del miedo en cada esquina de la muerte y sálvense quien pueda a esta clase de ley y orden que da miedo. En estos poemas discurre lo simbólico del lenguaje mismo, lo virtual de su costado humano, sincero, llano en sus conceptos,  escritos sin gran pompa, sencillo en el hablar,  lenguaje coloquial, popular.  Un poema muy solidario, crudo es el de la Tina la que hacia pasteles, enchiladas, atol shuco, yuca con pepescas, cusuco horneado, moronga con fritada, huevos de iguana en alguashte, tamales “pishques”, sopa de patas y empanadas de plátano; una vendedora del mercado del puesto 26 de San Miguelito, organizada, pues era la líder de las locatarias de los mercados. Y el poeta sigue describiéndola con naturalidad, con odio  al sistema violento que lo desequilibra mentalmente: “callejón canas del barrio San Esteban/ Tina increíblemente humana/ repartía esperanzas y volantes/ hablaba de la reivindicación social/ creía en la fuerza del trabajo colectivo/ soñaba con la felicidad de los pobres. (p.55). Tina era una señora del mercado, organizada para velar por los derechos de su gremio y andaba siempre en la causa y aunque así la verguiaran más de alguna vez,  las autoridades del mal. Porque: “Tina nunca estuvo ausente de ninguna causa/Estaba en todo y en todos los lugares/ Valentina Córdova Martínez/ Líder de la Organización de las Señoras del  Mercado/ Esfumándose con las briznas del amanecer/ Fue secuestrada por la jauría polarizada/ Para desaparecer finalmente en la bruma/ Y dejar solo una sandalia memorable/ Sobre la acera de la Iglesia de Concepción”. (p. 55). Este elogio a la Tina, una valiente vendedora del mercado municipal  marca su simbolismo de protesta al medio represivo que se vive. Como ese otro poema en honor a Beto Clara, propietario de la Sastrería La Española. Y el maestro Clara: “También se obsesionaba comentando / pasajes de la historia política del país/ Le gustaba en especial contar anécdotas sobre los gobernantes/ Era antimartinista de corazón/ ¡Que babosadas ni que nada ¡exclamó un día! / De dónde esa paja de que el dictador amaba el vals / si lo único que sabía era matar / al extremo de contabilizar un fusilero por cada  músico de la regimental.” Poesía por instantes, sarcástico, irónico, su poema el soliloquio en el Zanjón Zurita y oigámoslo: “El sastre Clara rememoraba con pasión / las glorias de la Federación Regional de Trabajadores y se enorgullecía del sobrino / que decía tener entre los muchachos de Guazapa /En muchas ocasiones/ cuando la violencia alcanzaba el vecindario/ con la guardia nacional disparándole a los manifestantes/ él también pudo sentir/ el dolor de la sangre que bordeaba su puerta.” (p.22)
             El poeta lamenta la muerte violenta, bajo la presión de una dictadura militar, como el poema que titula “Ultima lectura del poeta desde la giba de fuego del verano”, donde la voz intercalada del poeta está presente: “Un escritor sentencio una vez / que en El Salvador el hecho de pensar/ es igual a cometer un crimen / ¿Y la poesía? Que con ese pensamiento / que solo puede medirse en miríadas por segunda luz”, poema en memoria de un héroe como lo fue  mi hermano Alfonso Hernández (1948-1988), Comandante “Gonzalo”, poeta y guerrillero al mismo tiempo, poeta que este ano de l2012, cumplirá 24 anos de haber caído, la poesía y la militancia cayó combatiendo contra la dictadura militar de este país, allá en el Frente guerrillero de Guazapa en noviembre de 1988 por querer una vida nueva, quien soñaba un futuro luminoso para este país. Entonces el poeta Masis con el recuerdo del amigo platica: “Pero tu vida no es una simbología/ Sino el camino de pólvora y de muerte/ Que escogiste en beneficio de los más débiles. / Por eso, aquí siempre habrá alguien esperando /tus palabras, tu gesto humano la poesía no constituye la liberación del pueblo/ pero por ella se entra al camino de la liberación”. (p.29)  Su otro texto “Toros de la tarde”, poema de temblores humanos, humor blanco, pequeño manifiesto de fuerza; lo grotesco del tiempo y lo animal de los humanos.  Hay cierto gozo en el uso del lenguaje, un hablar solidario y humano, poesía que vive la guerra del periodo revolucionario,  salen a luz algunas personas que militaban en  lucha por la justicia social, la libertad de este país, tienen cierta ironía y con el sarcasmo político de fondo y la imagen con la memoria de la muerte.   
            Incito al hermano Masis, siga escribiendo sin importar el qué dirán, tiene vena, como su otro hermano, el poeta bohemio Ulises Masis, poeta de los delirios, de gran  sensibilidad lirica y humana. Solo la poesía nos salva los instantes de la vida, en medio de esta jungla en constante batallar por la vida que ha tocado enfrentar entre los grandes fuegos incendiarios.  AVT/07/2012