martes, 25 de diciembre de 2012

EL ETERNO INSTANTE

Dina Posada, El Salvador





EL ETERNO INSTANTE



Dina Posada



Jorge Luis Borges fue un desesperado peregrino en rededor de las ideas. Buscaba en ellas el alivio para la incertidumbre que le causaban los misterios del universo. Ambicionó ajustar su vida a una verdad concluyente, y en este camino mantuvo un trágico diálogo con su destino. Su pensamiento navegó por todos los mares que le ofrecieron esperanza de encontrar la Idea Madre. El resultado de esa búsqueda fue un naufragio personal que le dio, a cambio, la eternidad de su nombre.

Pero es inútil hablar de Borges sin mencionar su historia. Su niñez y adolescencia son esenciales, porque en ellas se encuentra el germen de los símbolos y de los temas que caracterizan su obra.

Nació en el centro de Buenos Aires, en la calle Tucumán, el 24 de agosto de 1899. Pocos años después la familia se trasladó a Palermo, barrio que se distinguía por sujetos pendencieros. La prostitución y los altercados con cuchillo singularizaban las esquinas que estaban fuera del alcance del pequeño Borges. Posteriormente, y con la ayuda de su imaginación, describiría este contorno: gente con quien nadie quería meterse por la peligrosa buena memoria de su rencor, por sus puñaladas traicioneras a largo plazo.

Imagino a Georgie- como familiarmente le llamaban-, curioso e inquisitivo, indagando detrás de cada puerta para escuchar de boca de los adultos los detalles de los líos que sucedían afuera. En una autobiografía que hizo para el público norteamericano, confiesa haber crecido al margen de estas calles. Reconoce haberse criado en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses.

En efecto, su infancia se desenvolvió de una manera peculiar. Su padre, Jorge Guillermo Borges, abogado y profesor de psicología, evitó enviarlo a la escuela hasta que cumplió nueve años. Mientras tanto, incontables libros de alta literatura y una institutriz inglesa, se encargaron de formar el ambiente ideal que cualquier escritor desearía para configurar su carrera. Más tarde, en su habitual tono punzante, iba a repetir la frase de Bernard Shaw: Mi educación fue interrumpida por mi formación escolar.
Aprendió inglés y español a un tiempo, sin darse cuenta de que estaba comunicándose en dos idiomas. Su abuela paterna era inglesa y ella lo puso al tanto de su vida al lado del abuelo, el coronel Francisco Borges, quien murió al comandar las tropas que defendían la ciudad de los montoneros y del ejército gaucho. Decía Borges que las anécdotas de su abuela acerca de los episodios en las fronteras le habían servido de base para escribir el cuento El guerrero y la cautiva. Él establecía una relación directa entre el pasado militar que llevaba en la sangre y sus constantes alusiones al coraje, las espadas y los cuchilleros.

El abuelo murió al ser alcanzado por dos balas de la marca Remington. Borges le comentó a su traductor al inglés: Deleita mi fantasía pensar que la firma que me afeita cada mañana lleva el mismo nombre que la que mató a mi abuelo. Agudeza que debemos atribuir a que Borges –como es usual cuando empleamos la ironía- prefería divertirse y distraernos de los sentimientos que le avergonzaban. La verdad es que no pocas veces se expresó con orgullo del oficio militar de sus antepasados y, al comparar su ocupación literaria con la de ellos, solía sumir el papel perdedor. No me desmienten sus palabras: Me hubiera gustado ser un hombre de acción como lo fueron mis mayores. O estos desolados versos: Soy el que es nadie, / el que no fue una espada en la guerra. / Soy eco, olvido, nada.

Borges aseguraba que el principal acontecimiento de su vida había sido la biblioteca de su padre, no de balde la introdujo en su obra como símbolo del Universo. Allí encontró aHuckleberry Finn y los cuentos de Hadas de Grimm, que fueron sus primeras lecturas completas. Constantemente mencionaba el volumen rojo, con letras doradas y grabados en acero, en que se entretuvo con el Quijote en español (primeramente lo había leído en inglés.) Los libros de psicología, metafísica y mitología griega, permanecían a su entera disposición.Wells, Stevenson, Edgar Allan Poe, Dickens y otros, se encargaron de nutrir su prodigiosa imaginación y su no menos extraordinaria memoria. Su vocación de lector incansable alzó el vuelo entre aquellos anaqueles. En ese interesante universo, Borges descubrió las siete maravillas del mundo; un día se detuvo, con una lupa, en el laberinto de Creta y buscó en el centro al Minotauro. Luego relevó al Minotauro por el Absoluto.

Su infancia no fue ni común ni corriente. En ella entabló alianza con escritores que nunca iba a abandonar. Su encuentro con la poesía se dio con Shelley, Keats, FitzGerald y Swinburne, poetas que su padre veneraba. Autores de elevado rango ocupaban sus horas mientras los otros niños apenas comenzaban el aprendizaje de las letras. Berkeley, Hume, Royce y William Jameslo iniciaron en las teorías filosóficas. El primer relato lo escribió a los siete años y lo llamó La visera fatal. A los nueve hizo un manual sobre mitología griega y publicó en un diario la traducción de El príncipe feliz. Cuando se refería a sus precoces lecturas recordaba: yo tendría que cumplir el destino literario que las circunstancias le habían negado a mi padre. Eso era algo que se consideraba absolutamente establecido.

Si bien es cierto que su padre fue un incentivo indiscutible al proporcionarle una educación encaminada a los libros, es preciso considerar que su especial inclinación a la escritura saltaba a la vista. No cualquier niño acepta de buenas que el padre le explique, nada menos que a Zenón de Elea, aunque estas difíciles paradojas se maticen sobre un tablero de ajedrez.

Aparte de la privilegiada condición literaria en que crecía, su mundo afectivo era estrecho: se limitaba a la familia más cercana. Quizá esta circunstancia hizo que su timidez fuera más evidente; o bien la acentuaron las burlas de sus compañeros de colegio cuando apareció la primera vez en el aula vestido de saco y corbata. Y Borges era un niño que llegaba al colegio con sus propias preocupaciones. Por las noches miraba aterrorizado un armario de caoba con tres espejos, donde temía ver su imagen deformada. Abría y cerraba los ojos compulsivamente para comprobar que no le había ocurrido ninguna transformación. En el poema El espejo nos habla de esta aprensión: Yo, de niño, temía que el espejo/ Me mostrara otra cara o una ciega/ Máscara impersonal que ocultaría/ Algo sin duda atroz. Temí asimismo/ Que el silencioso tiempo del espejo/ Se desviara del curso cotidiano/ De las horas del hombre y hospedara/ En su vago confín imaginario/ Seres y formas y colores nuevos. / (A nadie se lo dije: el niño es tímido.)/ Yo temo ahora que el espejo encierre/ El verdadero rostro de mi alma, / Lastimada de sombras y de culpas, / El que Dios ve y acaso ven los hombres.

A pesar de que Borges siempre se mostró reacio a la psicología, en el penúltimo verso nos revela la incógnita, evidenciando destreza en el análisis de sus emociones: detrás del miedo había culpabilidad, y cuando las culpas no se liberan se convierten en un lente sombrío por el que miramos distorsionada nuestra alma.

Así fue como el remordimiento y los cristales se juntaron para hablarnos de multiplicaciones infinitas y de la pluralidad del yo, de imágenes invertidas y del reflejo de la irrealidad. En cuanto a su verdadera raíz, se trata de una tragedia de amor. Para confirmarlo, me acerco a la frase, repetida con variaciones y hasta en inglés en el cuento sobre Tlön: Los espejos y la cópula son abominables. Continúo pasando las páginas y me detengo en el poema Los Espejos: Infinitos los veo, elementales/ Ejecutores de un antiguo pacto, / Multiplicar el mundo como acto/ Generativo, insomnes y fatales.

Me demoro en el indicio: insomnio y fatalidad aparecen unidos al acto sexual, y figuro a Borgesen su primer día de clases, como blanco de las agresiones de los otros niños, dubitativo, con gruesos anteojos, y retrocedo en los siglos para aproximarme a aquellas palabras que Edipodecía desesperado: ¡Ojos, no veréis más ni el mal que sufro ni el crimen que cometo! Proyecto el retraído perfil de Borges en la puerta del aula y vuelvo a pensar en los tres espejos del armario de caoba que guardaban miedo, sexualidad y culpa, y no puedo dejar de mencionar aquellos versos de Miguel Hernández: Con tres heridas viene: / la de la vida, / la del amor, / la de la muerte.

Los tigres están hechos para el amor, le dijo su hermana Norah, y fue una expresión que él inmortalizó en su poesía. En el cuento Tigres azules liga a estos felinos con esa pasión y escribe: A lo largo del tiempo, ese curioso amor no me abandonó. Dos párrafos más adelante, cuando descubre como personaje la existencia de esta especie en color azul, afirma: Mi viejo amor se reanimó. Su madre, Leonor Acevedo de Borges, confirmaba la obsesión del hijo cuando revivía lo difícil que era retirarlo del zoológico a pesar de llevar largo tiempo, extasiado, frente a la jaula del gran tigre real de Bengala. El primer color que vi, no físicamente sino emocionalmente, fue el amarillo del tigre, y ahora que estoy casi ciego el único color que veo sin lugar a error es el amarillo. Color que asociaba con las primeras y las últimas luces del día, con el principio y el fin de su vida. ¿Qué misteriosa connotación unía a Borges con los tigres? ¿Debemos fijarla en el campo amatorio? ¿Por qué de niño los dibujó persistentemente y por qué siempre empezaba por las patas? ¿Por qué el poema El oro de los tigres lo finaliza comparando el color del oro con el del tigre y, sorpresivamente, con el cabello de una mujer? Me atengo a lo que él expresa: Cunde la tarde en mi alma y reflexiono/ Que el tigre vocativo de mi verso/ es un tigre de símbolos y sombras.

Subrayo que en el último verso el símbolo está vinculado a las sombras. La interpretación queda al alcance del que desee profundizar en el inconsciente de Borges. Mas es arriesgado definir a la ligera la naturaleza de este amor. Se puede empezar –como muchos ya lo han hecho- con la madre, seguir con la institutriz o terminar con la hermana. Se podría mezclar a las tres. Yo prefiero renunciar a este tipo de juicios improvisados y disfrutar las cuartillas de Borges por su gigantesco lenguaje y su estupenda imaginativa. Si quisiera establecer adhesión a sus ideas filosóficas, podría agregar: los tigres significan un amor, que fue todos los amores.

En cuanto a los análisis psicológicos que se hacen de Borges, aconsejaría no lanzar opiniones irresponsables que aludan a la vida íntima del escritor, los médicos calificados para ocuparse de esta clase de problemas emplean años en dilucidarlos. Considero deplorable el escándalo desatado por el psicoanalista Julio Wascoboinik cuando en 1991, en un congreso psiquiátrico realizado en Buenos Aires, dio una conferencia en la que detallaba la vida sexual de Borges. No es ético hacer público lo que sólo son suposiciones sin fundamento, sobre todo cuando éstas se hacen en ausencia del afectado. Cuando, por ejemplo, Freud analizó a Hamlet y sacó a luz que la vida de Shakespeare tenía mucho que ver con esta tragedia, lo hizo con limpio afán científico, bajo un estricto cuidado y enérgico advirtió que escribía para sus colegas médicos y no para el público profano. Corresponde recordar que el principal goce de la literatura es atender lo que determinado texto mueve y conmueve en nuestro interior. Por algo el Hamlet deShakespeare se sitúa como una obra magnífica, siglos antes de que existiera el psicoanálisis.

Tentación poderosa es la que nos convierte en furtivos cazadores de lo prohibido. Contradictoria ansiedad que Borges habrá sentido cuando leyó a escondidas Las mil y una noches. La fascinación por este libro fue creciendo junto a él. Cuando la familia pasaba vacaciones en Montevideo, con su hermana y una prima, hacían representaciones teatrales sobre estos cuentos. Pasados los años confesaba haber leído todas las interpretaciones que tuvo a mano, en francés y en inglés, en alemán y en castellano. Pero este agotar páginas no le bastó, y a los ochenta y un años decía: Si yo supiera árabe talvez hubiera leído una sola versión, el texto original. En un ensayo califica el libro de Las mil y una noches como un acontecimiento capital para todas las literaturas de Europa y considera su título como uno de los más hermosos del mundo. Dice que si lo hubieran llamado novecientas noventa y nueve noches nos hubiera dejado la impresión de algo inacabado, pero, ante las mil noches, ya entramos en el infinito. Al agregarle una noche al infinito contamos con una ganancia. Anota Borges que el mismo efecto logra Heine cuando en un epigrama le dice a una mujer: Te amaré eternamente, y aún después.

Uno de los temas centrales de Borges es el infinito, y en sus páginas conforma las dos caras de una moneda: una le impide alcanzar el Absoluto; la otra le concede la oportunidad de la búsqueda en la que él apoya su existencia. Igual que la reina Sharazada entretuvo al rey con narraciones fragmentadas para ganarle el próximo día a la muerte, el destino entretuvo a Borges, quien de conjetura en conjetura, sopesaba sus pasos para salvar el infinito. La recompensa paraSharazada fue un hijo; para Borges solamente la ilusión de caminar un laberinto interminable que justificara su vida.

El Oriente, territorio donde se gestó el libro de las mil y una noches, es significativo paraBorges, porque, entre otros intereses y en contraposición con Kant quien postula la imposibilidad humana de comprender un tiempo infinito, el budismo y el hinduismo le ofrecieron este concepto por medio de la transmigración del alma. La crítica argentina María Adela Renard, señala que es del Oriente de donde Borges toma tres símbolos panteístas para trasladarlos a su narrativa como una visión microcósmica del universo: el zahir del islamismo, elaleph del judaísmo y el bhavacakra del hinduismo.

Como los cuentos de Las mil y una noches nacieron en la India y dependieron de los giros que las distintas generaciones les fueron dando al llevarlos oralmente y durante siglos por las tierras orientales, el libro resulta anónimo. Fuente para que Borges repitiera con entusiasmo: Los libros los hace el tiempo, y agregara, estoy seguro de que, por ejemplo, Don Quijote, Hamlet, no son ahora lo que fueron en el siglo XVII, ya que los lectores han ido enriqueciéndolos. Razonamiento que le daba pie para aseverar que la obra de un hombre es la obra de todos los hombres, y nos ayuda a comprender por qué en su creación suele mezclar lo singular con lo genérico.
Cuando María Adela Renard se refiere a la idea panteísta de Borges, dice que es frecuente hallar en la obra borgiana, un cuento dentro del otro, una nota dentro de otra, un rasgo dentro de otro, al modo de las cajas chinas. Detalle curioso es que al comentar Borges Las mil y una noches, específicamente el hecho que el papel protagónico va cambiando de manera que un pescador le deja lugar a un rey y éste, a su vez, a otro rey, también indica que podemos pensar en aquellas esferas chinas donde hay otras esferas o en las muñecas rusas.

Borges observa que, a primera vista, el libro de Las mil y una noches parece estar formado por sueños anárquicos. Semejanza con la obra borgiana en que su autor nos lleva a un caos para surgir desde ahí en busca del orden. Por eso Borges se da por satisfecho cuando halla una armonía en las noches orientales; son tres los mendigos y tres los reyes, son tres los dones y tres las hijas de reyes. Lo que parecía un caos, expresa, es un cosmos.

Uno tiene ganas de perderse en “Las mil un una noches”, escribe Borges, uno sabe que entrando en ese libro puede olvidarse de su pobre destino humano. ¿Pero qué hacer cuando consideramos que nuestro pobre destino humano nos condena a una confusión en la que nos sentimos como barcas a la deriva? ¿Por dónde iríamos, pongo el caso de Borges, si originalmente nos desprendiéramos de las teorías gnósticas e interpretáramos que, además de nuestra alma, también el universo es un caos? ¿Adónde se dirige el Borges ateo cuando no acepta el refugio de los vanos consuelos que proponen las religiones? Sin otro remedio, rastrea meticulosamente en los libros para encontrar el paliativo frente a la angustia que le causan los grandes misterios de la vida. Se acoge a la filosofía idealista y piensa que si el hombre es capaz de forjar voluntariamente sus fantasías, entonces puede crear su propio orden con la palabra poética. Interpreta los sueños como la otra realidad, y le concede al poeta la dicha de no distinguir la una de la otra. En la poesía, se consuela Borgesla vigilia es sueño y los sueñosson una obra estética donde nos convertimos en el teatro, el espectador, los actores, la fábula. Asimismo, en su obra los sueños disponen del poder de volverse infinitos y se relacionan con su concepción panteísta desde que afirma: Sólo hay un soñador y ese soñador es cada uno de nosotros. Es frecuente hallar en su creación el tema de los sueños, como también es tema importante en Las mil y una noches.

Pero hay otros motivos para la inclinación de Borges por los relatos de Las mil y una noches. Uno de ellos, nuevamente nos sitúa delante de una posibilidad infinita: ni en las noches orientales ni en la narrativa de Borges aparece un final definitivo. En los dos casos rige el estilo sencillo. En cuanto a la causalidad mágica, materia que admira Borges en Las mil y una noches, me remito a Beatriz Sarlo, prestigiosa intelectual argentina, que al analizar Tlön, Ugbar, Orbis Tertius, afirma que en ese cuento las nociones de causa y efecto carecen de sentido.

Sin la más leve sospecha de que la Primera Guerra Mundial estaba a pocos pasos de entrar en la Historia del siglo XX, la familia se trasladó a Europa en 1914. Buscaban el tratamiento médico que detuviera la ceguera del padre. Borges cursó el bachillerato en Ginebra y aprendió en el colegio el latín y el francés. Aparte, y con el auxilio de un diccionario, intentó estudiar el alemán con Carlyle y siguió con Kant considerando su empresa como una derrota. Su tenacidad lo llevó a pensar que su propósito era más asequible con la poesía, y los sencillos versos de Haine le comprobaron que había elegido el camino adecuado. Una vez dominada esta lengua leyó aSchopenhauer. Conoció a Whitman en alemán y la admiración por el poeta norteamericano lo llevó a leerlo en inglés. A los veinte años, cuando Borges publicó su primer poema en una revista sevillana, dijo que había hecho todo el esfuerzo posible por ser Walt Whitman.

En 1919, la familia se trasladó a España. En Madrid se dio el encuentro de Borges con Rafael Cansino-Asséns, amistad que se fortaleció cuando empezaron las tertulias poéticas de medianoche en el Café Colonial.

Había pasado la guerra y los europeos necesitaban un cambio en su vida. El arte, por medio de la plástica y la literatura, da un paso al frente y fija la mirada en el futuro. Surgen los movimientos que promueven distintas formas de expresión. Cansino-Asséns juzga que España siempre ha estado retrasada en cuestiones artísticas y, como eco de los nuevos vientos que soplan, propone el ultraísmo. Borges apoya y comparte con el grupo su planteamiento de la renovación poética. No obstante, hay un marcado contraste entre los apasionados manifiestos ultraístas españoles y el término comedido en que Borges redacta el suyo cuando regresa a la Argentina.
La familia vuelve a Buenos Aires en 1921, y es tal la emoción de Borges cuando encuentra la ciudad creciendo y desplegándose hacia las pampas, que escribe Fervor a Buenos Aires. Aunque este libro fue hecho en el apogeo del ultraísmo, sus poemas no muestran ninguna estridencia futurista como la de sus contemporáneos. Al poco tiempo, Borges reniega de esta corriente y se instala de una vez por todas en las formas clásicas. Desde el principio Borges aspira a un estilo sencillo. Conciso, le da a cada palabra un lugar imprescindible para apoyar la idea. Si él no conoció las fronteras para sus innumerables incursiones en la Literatura Universal, tampoco impone límites en lo que escribe. La poesía, los relatos y los ensayos, se combinan continuamente para transportarnos totalmente seducidos, a su inagotable perplejidad. La crítica separa la obra borgiana en dos etapas, pero tanto el Borges de los primeros tiempos como el postvanguardista, se mantiene fiel e inmutable a sus conjeturas. Sus temas y preferencias literarias guardan una afinidad asombrosa y se entrelazan con los símbolos en toda su creación.Borges se propuso llevar a ejemplar extremo la frase que solía repetir de Thomas de Quincey:la literatura es un milagro de pocas palabras. En su poesía hay una alusión a la realidad que inmediatamente mezcla con la fantasía, para viajar a otra realidad que es de donde nace la reflexión de su experiencia. En la búsqueda del Absoluto se vale de la metafísica y la fusiona con la forma poética. Forja sus textos en hechos del ayer porque, según afirmaba, en el pasado se sentía más libre para inventar. Para acercarse a Borges, Silvia Iparraguirre, crítica literaria y ex alumna de él, sugiere tener, por lo menos, una idea de sus temas y conocer alguno de sus recursos: la cita inventada o el humor, la ironía o la parodia sutil.

Solamente voluntades estrechas y mezquinas pueden condenar a Borges al destierro, lejos de Latinoamérica. No es lícito reprocharle que no haya encaminado su escritura tan sólo a lo local y que no la haya politizado. Pero oigamos lo que Borges dice sobre este argumento: Creo que si nos abandonamos a ese sueño voluntario que se llama creación artística, seremos argentinos y seremos, también, buenos o tolerables escritores. El único patrimonio de la obra borgiana fue el universo y comparto la opinión de Ryzard Stanilawsky, divulgador del arte polaco, cuando asegura que los fenómenos artísticos son importantes en tanto hacen visibles los fenómenos universales. Lo que verdaderamente vale y no muere es lo que se alza a una legítima estética.
Jorge Luis Borges, el escritor que después de haber sufrido un golpe en la cabeza que lo llevó al hospital, tuvo miedo de haber perdido su capacidad creativa y la sometió a prueba produciendo su primer relato fantástico. Jorge Luis Borges, el angustiado escritor que en los cuentos donde aparecen libros y bibliotecas, invariablemente nos enfrenta la enfermedad o a la muerte; el que se negaba a opinar de casi todos los poetas contemporáneos. De él aprendí a huir del esnobismo que nos compromete a leer libros que no nos gustan. Como profesor jamás impuso un autor a sus alumnos. Cuando ellos le pedían nombres o títulos, él contestaba: no importa la bibliografía, al fin de todo Shakespeare no supo nada de la bibliografía shakespiriana.

Borges, el hombre que en sus páginas no tocó el amor carnal a pesar de haber tenido dos matrimonios y muchos enamoramientos que no se concretaron; el ciego que rechazó la compasión; el inspector de pollos y conejos cuando el gobierno de Perón, para humillarlo, le asignó este cargo, retirándolo de su trabajo como bibliotecario; Borges, el hombre que ya viejo lamentó recatadamente no haber tenido un hijo y declaró haber sido un desdichado.

Jorge Luis Borges, el insolente. En su vida pública dio pasos en falso que sus detractores aún no le perdonan. Fue capaz de hablar mal de los negros en una universidad de Estados Unidos. Desafió la democracia aceptando un homenaje de Pinochet y apoyó al general Videla cuando éste ajusticiaba terroristas. Ridiculizó a García Lorca y redujo la importancia de Goethe cuando le comentó a María Esther Vásquez que al escritor alemán le perdonaba todos sus volúmenes, a cambio del poema Elegías romanas. Por encima del cuchillo y las espadas, esgrimió con maestría la mordacidad. Lo hizo a diestra y siniestra. Yo no admiro algunos de sus desaciertos sino el valor para decir lo que pensaba. Lo demás, lo traslado a su condición humana (quien se sienta libre de pecado, que lance la primera piedra.)

Tuvo premios importantes, muchos doctorados Honoris Causa y reconocimientos de todas partes del mundo. Pero debió compartir el Premio Cervantes con el poeta Gerardo Diego. Y el Nobel, el Nobel sorteado por países y manchado de política, no reparó en él. Borges salvó la frustración:No otorgarme el Premio Nobel se ha vuelto una costumbre escandinava, y yo respeto mucho las costumbres.
Lo esperanzador de la literatura es que a los destinos geniales, el tiempo se encarga de colocarlos en el lugar merecido. Mario Vargas Llosa opina: Borges es uno de los más originales prosistas de la lengua española, acaso el más grande que ésta haya producido en el siglo XX. Octavio Paz apoya esta admiración: Borges sirvió a dos divinidades contrarias: la simplicidad y la extrañeza. Con frecuencia las unió y el resultado fue inolvidable: la naturalidad insólita, la extrañeza familiar. Este acierto talvez irrepetible, le da un lugar único en la historia de la literatura del siglo XX.

Jorge Luis Borges, el escéptico, el soberbio escritor que, en un tiempo cíclico, irá llenando el espacio de cada generación como un eterno instante en la memoria de la Literatura Universal.
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(Conferencia ofrecida en el Instituto Guatemalteco de Cultura Hispánica el 24 de agosto de 1999. Publicada en el periódico Siglo Veintiuno, Guatemala , el 29 de agosto del mismo año y en el Boletín cultural informativo de la Universidad Dr. José Matías Delgado, El Salvador, marzo de 2004).


miércoles, 12 de diciembre de 2012

LA POESÍA ES UN ASOMBRO ABSOLUTO

Carátula de Absolute amazement/ Absoluto asombro,
de Irma Lanzas, Published by RENEW, International, NJ, USA.





LA POESÍA, UN ASOMBRO ABSOLUTO

[Comentario al libro de Irma Lanzas: ABSOLUTO ASOMBRO]



André Cruchaga


Yo no supe dónde estaba,
pero, cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí;
no diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
SAN JUAN DE LA CRUZ
(Coplas hechas sobre un éxtasis de harta contemplación)





Por intermedio del poeta  René Chacón, he recibido el más reciente libro de la doctora Irma Lanzas, en edición bilingüe: Absolute Amazement/ Absoluto Asombro, Poesía Mística para el Siglo XXI, publicado por RENEW International. De inmediato capta mi atención, la nota que acompaña al libro: “Es un libro con una temática al parecer, pero solo al parecer, lejana a los intereses de una sociedad regida por la prisa, la tiranía del Internet, los celulares, y tantas otras cosas, pero que más que nunca está sedienta de un contacto con la fuerza que fundamente su propio ser. Como podrá ver con su sensibilidad de poeta, —acota—  a través de esta poesía simplemente comparto la posibilidad que tenemos de vivir al máximo en las pequeñas cosas de la vida cotidiana.” Y tiene razón, vivimos  un tiempo de continuos vahos y vértigos, con pocas posibilidades para la reflexión sobre nuestras vidas y la de los demás. Vivimos a menudo, genuflexos, oscuros en la techumbre del alma, astillados por la germinación de los pañuelos, con la incertidumbre que propicia el hollín en su avalancha postrera.
         Pero, ¿por qué la doctora Irma Lanzas, nos entrega ahora una poesía que se sale de la corriente de agua de nuestros tiempos? ¿Por qué poesía mística? Quizá ante la mirada torva de la cotidianidad, el alma busca y se busca y entre surcos y andamios andados, ella —la poeta— nos plasma en su libro, precisamente esto: una reflexión desde la claridad interior del mundo que ella concibe en una tierra de esperanza. Poesía que nos invita a vivir en la tierra, no en la bruma; descubrir, mostrarnos las espigas de la luz es su afán pero a partir de ese aplomo de la experiencia vívida junto al trepidante deleite del rocío.
       El libro se abre, formalmente, con un texto del Cantar de los Cantares: “Yo dormía,/ pero mi corazón estaba despierto./ oí la voz de mi amado que me llamaba.” Pero de ¿dónde la viene a la poeta esta entrega hacia Dios?   Irma Lanzas, es evangelizadora. Tiene un doctorado en filosofía por la Universidad de Bolonia, y una maestría en teología por la Universidad de Saint John en Nueva York. También tiene estudios posdoctorales en la Universidad de Madrid y la Sorbona de País. Además, ha ejercido la docencia. Enseñó teología en la Universidad de Saint Elizabeth, Morristown, Nueva Jersey. Irma Lanzas es “una mujer de profunda fe, una misionera que ha pasado la mayor parte de su vida difundiendo la Palabra de Dios entre los pobres, con amor y pasión.” Como vemos, aquí está, en gran medida la razón de este libro: mostrarnos el camino que ella ha transitado, camino claro está, nada fácil. Su poesía es el producto de ese camino: cualquier lector desprevenido puede golpearse, irse de bruces, pues sólo quien conoce las profundidades, es capaz de alumbrarnos con la sencillez que caracteriza a esta mujer. Ella ha sabido como nadie, hospedar la fecundidad del amor en su alma y, así, es como propaga el esplendor.
       Justo en el primer poema (Irma Lanzas es impecable en el uso de las formas clásicas de versificación) “Me has seducido” y como techo una cita de Jeremías, expresa: “Fue música tu voz que rumorosa/ vibró en todo mi ser como campana./ Me derretí en tu entraña luminosa/ cual gota de rocío en la mañana.” Y continúa así en el primer terceto: “Me hallaste en soledad, nido deshecho,/ sutil te me entregaste en un murmullo/ y yo te apretuje contra mi pecho.” La experiencia de Irma Lanzas con Dios es crucial pues implica una toma de conciencia, un despertar, Dios resplandeciente en lo interior y exterior, personificado, íntimo en su búsqueda, a menudo mordiendo las entrañas porque su fuego quema desde el aliento hasta la herida espesa del Gólgota que cotidianamente nos toca vivir.
Para entender el libro y, sobre todo para comprender la dimensión de poesía mística para el Siglo XXI, es necesario recordar o hacer una acotación fundamental: ¿Poesía devota o poesía mística? Pues aunque los conceptos están ligados, la dimensión es diferente. La poesía mística se diferencia de la poesía devota en el modo de relacionarse con Dios. Los versos religiosos hablan acerca de Dios, en cambio, los versos místicos hablan con Dios: el místico escucha en su alma a Dios, por tanto, la poesía mística es el fruto de la materialización de esta voz. Es así como, la excelencia de esta poesía consiste en: "darnos un vago sabor de lo infinito, aun cuando lo envuelve en formas y alegorías terrestres" más aún en ella encontramos la belleza infinita que se revela, pues "Dios solo comunica ciertos visos entre-oscuros de su divina hermosura, que hacen codiciar y desfallecer al alma con el deseo de lo restante". Justo en este hablar con Dios,  Irma Lanzas, en “Cuando llega la noche”, dice: “Te oigo vibrar en la sustancia/ del universo entero/ porque me has escogido/ para que escuche tu gravidez.” (…) En ti también/ todo se transforma/ y ahora soy luna/ bañada de flor/ plantada en tu silencio.” Lo cual la poeta, con estos versos no sólo nos refiere el encuentro, sino la transformación que ha tenido con ese encuentro. Dialoga con él en atinada consonancia, es decir una armonía tal que sólo hay diafanidad, pese a las aguas de la realidad que nos sumen en abismos. Pero la poeta es consciente, muy consciente del mar que la habita, de la hogaza de albor que la sosiega.
       Ya don Ramón Menéndez Pidal, (España) distingue a la poesía mística de la poesía sagrada, devota, ascética y moral. Plantea que no basta la devoción y el fervor para hacer poesía mística. Esta, aspira a la posesión de Dios por unión de amor, y procede como si Dios y el alma estuviesen solos en el mundo: “¡Oh lámparas de fuego,/ —nos dirá San Juan de la Cruz, en “canciones que hace el alma en la íntima unión con Dios— en cuyos resplandores/ las profundas cavernas del sentido,/ que estaba oscuro y ciego, con extraños primores/ calor y luz junto a su Querido!”    La poeta dirá por su parte, en el poema “Barrilete que tiembla”: Tu ternura me llena/ y se instala en mis ojos/ mientras me envuelves nuevamente/ en tu caricia intemporal. (…) Apenas logro hacer/ un esbozo impreciso/ del estupor en contemplarte/ circulando en mí misma,/ del absoluto asombro/ que hace de mi corazón/ un barrilete que tiembla/ mientras se encumbra/ en esa ráfaga poderosa/ que es tu amor.”
        Tal como lo expresa, Camilo Valverde Mudarra, (Artículo aparecido en Mundo cultural hispano)  Mística, pues, etimológicamente, sugiere la vida espiritual secreta, íntima, no ordinaria. Se produce, al entablarse una profunda relación sobrenatural, a la que Dios eleva a la criatura sobre las limitaciones de su naturaleza y le provee el conocimiento de un estadio superior inalcanzable por el mero concurso del esfuerzo humano; el logro de tal unión definitiva supone recorrer un camino que ha de sufrir diferentes etapas, las llamadas "vías": la vía purgativa consiste en "purgar", limpiar el alma de las cosas ajenas a Dios, mediante la oración y meditación en actitud ascética de renuncia y rechazo a lo corporal, gracias al proceso de purificación, incluso, con el castigo de la carne; de ahí, el alma llega a la vía iluminativa en que se ve alumbrada por la Pasión y Redención de Cristo, ante la contemplación de los bienes espirituales eternos; y pasa luego, a la vía unitiva, en la que consigue y se sumerge en la total comunión con Dios, en el "matrimonio espiritual". Esta última, es propiamente la mística; las anteriores, purgativa e iluminativa, son prácticas del ascetismo.
         La experiencia mística, —puntualiza Valverde Mudarra—en ese estadio de trascendencia, conlleva un desprendimiento del vivir corriente y la repulsa del mundo real, un despegue de la cotidianidad, por hallarse instalado en el plano de arriba, en la esfera del valor absoluto, envuelto en la avenencia y la concordia del Ser Supremo y la criatura. Tal ese ese grado de avenencia, que la poeta Irma lanzas, en “Añoranza”, nos deja sentir esa comunicación unívoca y unidireccional. Veamos: “Cuando a veces creo haber perdido ese contacto tan estrecho con Dios al que amo con todo mi ser, con toda mi alma, con toda mi mente, me quedo habitando en un desierto, anhelándolo, con una profunda sed. Lo busco entonces en cada rincón de mis días, y aunque sé que Él me ama siento que está escondido y le pido que regrese con la intensidad acostumbrada para que me devuelva mi plenitud. Soy entonces una solitaria enamorada que habla con los ríos, con las piedras, con la luna y los pájaros para contarles la historia de un alma que busca de esa manera al Dios que ama.”
        Sin duda, la poeta se solaza con esos “extraños” primores. Y sólo cuando está con él respira el sosiego y ese “amor herido” que la guía.  Valverde Mudarra, agrega en este punto: “El sentimiento místico mana en la interioridad y en el sufrimiento, se aviene a la serenidad y a la contemplación, vive de la renuncia, ayuno de artificios, lejano al afán consumista, al agobio del fragor desenfrenado, al hipnotismo del impulso visual de los medios de comunicación y ajeno al plasticismo sojuzgante del lucro publicitario; desconoce el vacío cultural moderno, anegado con su raquítica formación, en el fenómeno de la secularización globalizada, inmerso en la descristianización ramplona, en el relativismo y el hedonismo, en que la vida espiritual y el cultivo del espíritu está en desuso, por concepciones rebajadas y la ingenua materialidad, que orilla la religión en la irrelevancia social; la poesía mística entraña un acicate de la conciencia, una insistente advertencia de que los valores humanos se hallan en el repliegue interior, en el encuentro con Dios y en el vínculo con el hombre.”
       En razón de lo anterior, Irma Lanzas, hilvana el orden de la conciencia, y de manera sencilla, pero sobrehumana y calcinante, nos dice en “Tengo envidia de la primavera”, lo siguiente: “Tengo envidia de la primavera./ cada nueva estación/ los bulbos enterrados/ se olvidan del invierno/ que los tuvo sometidos./ se hinchan, se rompen,/ y con dolor de parto/ explotan en un río de flores./ Yo, en cambio,/ estoy entumecida,/ encerrada en la concha/ que yo misma endurezco cada día.” La poeta es un ser que se goza con las cosas elementales y deja traslucir esa perplejidad de comunión haciendo del despojo una voz resucitada. Es un alma contrita,  un alma encarnada en el arcano divino: asume como viaje inefable “esa transparencia íntima”, a tal punto que a ratos, le pide el  aroma de su esencia y el amor encendido en “poderosa florescencia”. Y agrega: “así “Como está la semilla en subsuelo/ quiero estar sumergida en tu regazo/ y me nutras con agua de tu cielo/ porque cuando tu voz vuelve a ser mía/ y me aprietas la vida con tu abrazo/ me hago paz, me hago luz, me hago alegría.” 
      En la experiencia de la poeta, “El poema resulta del fresco y rico manantial de vida interior, plenamente entroncada en Dios, Nuestro Padre, a través de la vía unitiva de la contemplación y del gozo; pero, surge no de un “motu pronto”, requiere también un esfuerzo de elaboración, aunque, tal vez, fluya por cauces remansados más feraces que los concernientes a las otras expresiones poéticas.” Así, en el poema “Ven”, se deja ver, leer esta vía unitiva: “Cuando pedí tu luz/ simplemente dijiste:/ quédate inmóvil/ sin decir nada,/ sin pedir nada,/ sin ofrecer nada./ Ven a mi soledad,/ ven a la oscuridad de mi silencio/ sólo ámame y espera.”  Sin duda, este libro de Irma Lanzas, constituye ese huerto donde se puede alzar el vuelo sin dolencias, pues todo él es montaña de asombro, asombro absoluto en el corazón que arde tras el gozo unitivo de la contemplación.
Contra todo lo adverso que pueda tener la realidad, siempre hay resquicios para colmar la conciencia y con serena lumbre llenar los vacíos. Aquí sembrado en el filo que lo hospeda, este soneto a sorbo trocado por el alma profunda:

NO ALCANZO A COMPRENDER

No alcanzo a comprender cómo pudiste
perdonar al que a ti quiso venderte
y en el umbral horrible de tu muerte
una oración de amor por el dijiste.

Cómo haces para amar al que traiciona
y adopta tristemente, siendo humano,
la mórbida textura del gusano
y a ti con menosprecio te abandona.

Enséñame a querer a tu manera
y contagiada al fin de tu locura
perdone yo también antes que muera.

Que si no logro yo ser quien perdone
y entregue mi dolor hecho ternura
seré yo quien ahora te traicione.

Barataria, 12 de diciembre de 2012


martes, 11 de diciembre de 2012

EL PÁJARO DE LAS MANOS LLENAS

Portada del libro de reciente publicación "Les Roses de Lancelot",
 presentado en Mislata el 20 de abril de 2012.








EL PÁJARO DE LAS MANOS LLENAS

[Comentario al libro: LES ROSES DE LANCELOT de Pere Bessó]



Por André Cruchaga



     Este maravilloso libro de Pere Bessó, Les Roses de Lancelot (Alupa editorial, Mislata, Valencia, 2012), reúne de manera singular la poesía escrita por él durante los años dos mil seis, dos mil siete. Y tal como el caballero de Lancelot ou le Chevalier de la charrette, Pere nos poetiza su experiencia humana, ineludible por lo demás para quien concienzudamente trabaja la palabra. Aquí hay un caballero que nos rapta la atención desde la primera cópula del verso, convirtiéndose en el Lancelot moderno, el poeta de la rebeldía y el transgresionismo, no el sumiso, aunque guardando el decoro hacia los alcances del resuello herido. Así descubre y reinventa esa extraña maravilla de las rosas junto a otros nombres ocultos, inocentes y cercanos a las campanas.
     Poeta de larga data. Amigo sin par. Poeta comprometido políticamente con la historia, conocedor de plazas y calles, tierno en su pecho rebelde, amante de la libertad y la esperanza, genuino y solidario, poeta de inigualable temperancia, riguroso y entregado, inquietante y meticuloso. Pere Bessó no tiene límites: es como un río, un carpintero con su garlopa, el ebanista que sabe fregar sus instrumentos con el calostro que va emergiendo de la memoria. Ante cada destello de la palabra, el alelí o el jengibre o el cierzo, el matorral o un blues que nos acerca a esa atmósfera de desnudez y tristeza. El poeta es así, asciende y se reinventa en los juegos de la desnudez y el hambre.
     Pere Bessó tiene el talante de un juglar. Un intelectual visceral, consciente del devenir de la propia experiencia humana. Conocedor de esa larga estela que nos han dejado las vanguardias, sobre de España y de los movimientos periféricos. Su poesía nos revela las relaciones profundas con el lenguaje: retador, fecundo, por propia voluntad. Les Roses de Lancelot, representa unitariamente el sentimiento de Pere, sin fragmentaciones y con buen tino su convicción poética, sus ideas o realidades a fin de cuentas.
     Por esas cosas del destino, y por la feliz mediación del poeta argentino Aldo Luis Novelli, Pere y yo, empezamos a intercambiarnos poemas. Y así dentro de una atmósfera de cotidianidad, va y viene la lectura de poesía, la traducción, el comentario. La poesía, pues, nos ha hermanado y a mí, particularmente, me ha enriquecido. “Al anochecer de esta noche alta —dice el poeta— nadie hay bajo el árbol del bullicio.” Y agrega: “como una hojita a punto de caer: un mirlo despellejado vive en la niebla.” Profundo es entonces el silencio, densa la soledad al punto de rozar sus sueños con esas otras otredades, las del poeta en vilo ante la inmensidad del cincel plegado a la brisa o al pájaro muerto del tejado de los sueños.
     ¿Qué nos queda del poema? ¿Qué inquietudes mueven al poeta? Sé que las respuestas pueden ser diversas. El lenguaje es el claustro del poeta y la añoranza: “Es tiempo de confiar la palabra,/ de dibujar el canto de los pájaros de la isla más umbría,/ de escuchar la mirada del niño viejo que prodiga la esperanza/ en otros tiempos soñados,/ de abordar el río melancólico de verdor que se aleja de los ríos”… El lenguaje es visceral y orgánico, materia racional e irracional: “El alba significa que el ser es perfectible,/ y puede girar tu mirada arbitraria,/ desnudar la piel de ceniza del hombre”…
     Les Roses de Lancelot, constituye, pues, un libro carnal y espiritual, soberbio, mapa acaso que el poeta ha confeccionado como aquellos que elaboraban navegantes intrépidos en busca de mares, tierras, doncellas, etc. Poemas engarzados en la memoria y la realidad, libro como la epidermis blanca de la rosa en los largos caminos absorbidos por los fuegos circundantes al poeta: “Hay gente aquí, —nos dice el poeta— que camina toda la noche./ Al amanecer, se alza la bruma de los pequeños canales del sollozo/ para esconder los barcos cuando descargan en el puerto,/  una larga meada que parecida al hastío se alarga.”
     La poesía siempre ha sido “la vigilia del espíritu”, la sangre reflejada en el espejo, el cobijo y el surco por donde corre la semilla de la poesía: conciencia a fin de cuentas de esa herida profunda que lleva el poeta consigo y que como pájaro lo hace alzar el vuelo. Pere, escribe al filo de la daga, consciente de los derroteros que nos da la luz, pero también la oscuridad. Su arte poética es como el agua injuriada del sexo, la orquídea de la virgen negra y el “Tumulto de la carne,/ de la tierra, y del agua, y del aire.” Pere Bessó, hiende con bisturí en mano, esas mediatintas del recato de nuestra posmodernidad, se burla, bajo las aguas oníricas y tectónicas de la palabra: “ voluntad, no obstante, cada corazón el centro de toda cosa,/ cada gusano devuelve el destino de la manzana al ramaje del árbol/ al caer dentro de la manzana a tierra,/ dejándole los huevos,/ la seda,/ el día perfecto.”
     La herida del poeta, de todo poeta no cicatriza mientras sábana y abismo es de todos los días. El poeta lo sabe cuando “golpea de par en par la puerta de su intimidad,” y aunque los ojos no sangren ya de tanto sangrar, la mirada siempre tropieza con lo torvo y aun con la carne ajada del más allá y aun con “el tiempo prisionero de su pecaminosa silla.”  Pere Bessó, es un ciervo durmiendo a los pies de la poesía, a su sombra; en su poesía revolotean no sólo el mirlo sino todos los pájaros, es un árbol viviente, tal como lo dice el Panchatranta. Anillos indóciles juntan el karma, la mirada pendular de las hélices de lo inhóspito. En su poesía, “La rama más cercana cruje insistentemente y se rasguña, como la memoria en la ventana del despacho de Janet Moore.”  Desde la lectura de Safo hasta llegar a las pequeñas cosas, Pere Bessó, no da tregua en desovillar las viejas sombras luminosas de la gravedad. El poeta nos avienta en cada poema, bocanadas de luz, como en “La caída de Sodoma”: “Su pecado no fue pecado./ No hubo en eso nada de sexo: demasiada manteca de cerdo en el desayuno/ o demasiado poco tiempo gateando por el piso/ antes de ir a  la cama.” Pere, maneja muy bien el doble sentido, la ironía en el poema, sabe que así el aliento del incauto tropieza con mayores posibilidades en el asfalto.
     Les Roses de Lancelot, nos anuncia, nos dice que hay tránsito de un guerrero y tanto “Al sur del sur o al norte de ninguna parte/ el mundo gira como de costumbre/ y alguien tira colas de langosta/ entre cisnes de oro y peces de plata/ mientras el agua se hierve en ondas subacuáticas”“Afuera, en el patio,/ tejiendo una duda que colgase/ del árbol del sueño,/ suena,/ remedo de mujer,/ el salto de agua de la peña del águila.”  En lo posible, el poeta corporeiza de manera sistemática las texturas y las contexturas de su garganta asolada, la poesía que a fin de cuentas canta y decanta en maceradas sombras, la sombra del alma del poeta. Andando el libro, nos damos cuenta de las reiteradas evocaciones del poeta, o en todo caso, las insinuaciones hacia los rescoldos del sofoco que en muchos casos se torna telúrico y entrañable.
Al poeta, sin duda alguna, lo zarandean los cuadriláteros de la herrumbre, las tajadas de ceniza del horizonte, ese dolor incesante de la última bocanada, la muerte como un callejón irreversible. En su poema “Visita al cementerio”, expresa que está en la tierra muelle de la noche absoluta con la garganta asolada de exequias. Llegados ahí, se abre lo inminente. Nada se afirma en el bajorrelieve de los párpados, ni en las pupilas; cada quien se anula vertiginosamente, cada quien, ahoga sus pensamientos en la noche para hacer más patéticas las telarañas de las cavilaciones, a menos que ésta sea otra forma  de leer los párrafos inconclusos de los periódicos  en la deshora del extravío. 
       El tiempo y la tragedia es la misma a los días de la semana: nada ha cambiado desde que se coleccionan cosméticos. Nada ha cambiado en los agujeros de la sed, salvo las sábanas colgadas del aire en las manos, las horas ciegas de los mástiles, el motín de sombras como ferretería del tiempo en el epígrafe de la levedad, el delantal de la nostalgia como una fotografía para coleccionistas y los labios ahogándose en los termómetros de la fiebre de circo de la pólvora china ante la espuma enredada en los zapatos. Siempre la intuición ha sido un arma insustituible: advierte sin miramientos los días oscuros devorando los harapos; al final, toca asistir al funeral del propio calendario con la diligencia necesaria para que no haya demora y se apague por fin la llama que cuelga del paladar; ahora, el poeta, regresa a la almohada de siempre: la intemperie con sus soledades, que a fin de cuentas no hay mejor lugar para avivar la voz entre los árboles: lo imaginado y los visto siempre han sido un abismo, al igual que  la falsa sabiduría del zodíaco, quizás como todo lo inminente,  las sombras “La cámara empapada de sudor donde el amor yace/ levitó como un falso milagro de buenas nuevas.”
        “Y más lejos todavía”, el poeta: “Dormido, una mano suavemente enraizada, como si acabase de atrapar un pájaro, el pez vendido de la ingle, su rosa exangüe, como lo llamado que después gotea, como si se estimase el sedoso peso del pétalo, el peso del mundo debajo de las piernas.” A menudo, Pere Bessó, se deja guiar por ese automatismo acumulativo propio de la poesía surrealista; en ocasiones, lúdico cuando aborda el tema del erotismo, tan singular en el poeta. Y desde la metáfora, su metáfora que se aparta de los convencionalismos. En Pere Bessó, la sorpresa y la creación están garantizadas: “Sólo el desazonado de la hoguera se engrandece/ en el encuentro,/ en la esperanza del dulce cauterio:/ acepta el fuego,/ acepta de buen grado sacrificio grande,/ el parvo honor de la ceniza.” Sí, al roce de la fruta, distribuye los fósforos del hervor y el fervor cóncavo de los goznes.
       El poeta, domador de trenes, hace gala de la suprarrealidad que lo habita y circunda, sorpresa en la distorsión de la espacialidad y temporalidad. Así, “La casa abandonada se vuelve la proa de lo arbitrario. Los pájaros han sido dibujados  en los muros como copas de papel de color con flores a la manera del Aduanero, usando los motivos ya existentes de una tapicería antigua; aquí y allá se descubre la ternura inusitada de una pluma reposada en los sueños espumosos de un copo de nieve de la memoria. Al medio la majestad indemne de la higuera.” La poesía de Pere Bessó, cava en dos mundos convergentes, “la duda como como forma del conocimiento y el grito de ser libre y pleno”, la muerte como existencialidad-realidad del tiempo en curso. El pubis de la ventana que prolonga el paladar hacia horizontes de vacíos y estampillas.
        Pere Bessó, es consciente de las dimensiones del poema, más allá de André Bretón y otros poetas que él conoce muy desde dentro, su poesía tiene un alto efecto por su dominio de la arbitrariedad poética, lo aparentemente ilógico, como: “El eunuco de la rosa del tiempo/ se apoya en el muro con un poco de comida/ y una garrafa de vino casi vacía”, o “el sueño como un niño que dibuja el deseo, el velo de la luz extinguida, las estampas con las cuitas del pacto borrado, pero sólo por la presencia efímera de las palabras heridas.” Luego, el poeta, dentro mundo polifónico, advierte, le advierte al o la interlocutora: “Y dirás que la paz no vale este amor/ que va de tierra en tierra plantando sus rosas en secreto,/ inmensa la noche como el cuerpo que se diluye al descarte de la lejía en la palma de la mano.”
      En su poesía, siempre hay un choque y una intersección de yuxtaposiciones, es decir, las imágenes y metáforas son tales que entrecruzan el sentido de la linealidad, así logra que el poema tenga múltiples significaciones. “Ah, cómo persiste aquel ruido en el aire movedizo y caldo en gañir el columpio de la memoria. Y yo volvía entonces, ebrio de tiempo de verano, cansado de todo aquello, de haber sido, yo, el muchacho osado y vivo, y tú, la mujer escondida, descarriado de haberte llevado todo el día a la espalda…” Para decirnos, después, que “La vida no se puede inventar sino a favor del amor primero, (alude a La invenció de l’amor de Daniel Filipo) refractándose hasta el agudo del grito, sosteniendo lo insondable. La imposible nota de un adagio incesante. Lengua de fuego purificando el espíritu. Ánima del tocar. Subversión de las frías neuronas por las incandescencias del poema.” Al poeta, sólo le es necesaria la palabra. La palabra cerca al poema mismo despojada de su semántica adjetival. Pere Bessó es un caudal de luminosas efervescencias y asume la condición de ser uno en el poema, condición que le permite azuzar constantemente su espíritu, su alma, dirán otros, hasta hacer de la materia del poema su más cotidiana y profunda indagación. Su poesía transita entre símbolos, entre lenguas de fuego para purificar su espíritu, muelle al fin para subvertir la mesura del tiempo.
        Sucesivamente, Pere Bessó, nos entrega en Les Roses de Lancelot, contrario a los purismos en la poesía, una poesía desasosegada, de angustia existencial y ansias por vertebrar las aguas del océano y así deshilar botones y ojales: milagros de sastrería, le abre un hoyo al alba, un destino de sal y antibióticos, de diademas y misiles, de solemnidades expulsadas del paraíso. Es, pues, una rosa abierta frente al gusano sórdido de pétalo y polen.  “Fortaleza de las cenizas sabiendo que lo inexpugnable/ es menos cuestión de piedra o de tejas de barro al sol/ que de la repetición de la memoria,/ hogaza,/ monotonía del dedo que señala/ y se obstina en tentar el regreso de la lluvia”…
       La poesía de Pere Bessó, la contenida en este libro  Les Roses de Lancelot, y la otra, es precisa en su actitud perseverante, hay certezas y testimonios, aprehensiones sin dramatismos. “De alguna manera, —nos confía el poeta— soy el sueño de un mozo viejo,/ la pasión del soldadito de plomo hundido en el ataúd de la rosa piadosa,/ la memoria selectiva de la araña hembra,/ cuando la figurilla ebúrnea baila el tema de Purcell,”…  En el intertexto del poema “Las razones del transterrado” el poeta nos agrega: “[La diáspora y migración de la gente,/ pensamiento y discurso en relación con la sexualidad/ y transformación de la identidad en general,/ el sujeto de este taller./ Nos aproximaremos a través del debate de las representaciones/ y las experiencias de los deseos migrantes…]” Su poesía, pues, no puede separarse de esa ingente necesidad de cosmovisión frente a la gran metáfora y al acto creador que siempre supone un ecosistema de encrucijadas, el marco propio del poeta desde el cual, hondo, trasunta los espectros de su andadura.
      De este libro, Les Roses de Lancelot,  podemos decir categóricamente con palabras del mismo poeta que “nunca hubo pájaro feliz ni ave carroñera,/ ningún árbol de conciencia que nos diera la vuelta,/ ni siquiera la llave,/ la llave de los sentidos que nos rebailara como una trompa ./ Acaso tampoco hay nadie aquí,/ embebida la lámpara de las últimas luces postradas,/ fuera del corral,/ en campo abierto,/ donde los pasos cortos de la memoria no hacen ruido.” Acaso porque el otoño desgarra los nombres y el aullido se hace camino sobre el césped. “Sigue corriendo por las orillas” de este libro, la creciente “comisura de la boca.” Las rosas y las pistolas y el tributo de Anaxágoras a la mala sombra que arrastra hacia el fondo de lo oscuro. La visión de la poética de Pere Bessó, es en esencia, la celebración de la diversidad, entendiendo como tal lo moderno y lo posmoderno como entidades forjadoras de una expresión y una identidad. Su fuerza poética radica en la expresión de búsqueda, decantada por su madurez de humanista, poesía que trasciende el destino del hombre. Dicho ésto, los anaqueles de la alacena quedan limpios para el próximo poema y para el próximo libro. Así sea.

Barataria, 11 de diciembre de 2012. 



miércoles, 21 de noviembre de 2012

UN POEMA DE ANA DELMY AMAYA AGUILAR

Ana Delmy Amaya Aguuilar




ILUSIÓN MATERNAL





Cuando te conocí,
aún llevaba  la piel encendida
con la ilusión,
que como perla viva, bordeaba mi playa.
Quería traer al planeta,
a dos ángeles de luz hechos niñas.
Tenía sueños de luna
viéndolas resplandecer
con flores de ensueños sobre su pelo
Y sonrisas de diosas


ll
Mi amigo el sol
purificaba mi bosque
con mensajes envueltos en fieltros luminosos
Y el universo, en su lago cuántico,
me hacia navegar a lo infinito


III
Señor de la mansedumbre,
te ofrecí mi mar , a cambio de la ilusión realizada:
Y el amor navegó en mis ríos,
con acordes de ritmo y armonía.
Llegó el destello de los seres de luz;
Y me besó los ojos
las sienes
Y mi todo
Y como frutas de tiempo,
cayeron de mi cuerpo


IV
Esta mañana  de musgo y tierra mojada,
brotan rosas de mi ensamble
que como vahos siderales llegan
al ser de la potencialidad pura
Y se oye mi plegaria:
Gracias Señor
por la ilusión de mi vida hecha fruto,
gracias porque el cosmos modula sus años
gracias, porque intuyen lo sinuoso del camino
Y la diafanidad ilumina sus rostros


V
Mis corolas se abren a sus sueños y a su amor
 este siglo de presagios nuevos y esperanza antigua.